Ryan Rogers, colaborador de opinión, comparte su experiencia personal en un programa de posgrado donde la enseñanza de la justicia social no solo predomina, sino que se convierte en el objetivo principal de la formación de terapeutas. Según Rogers, el modelo actual asume que toda angustia mental se origina en sistemas de opresión y que desmantelarlos es la solución, desplazando la verdad y el bienestar real del paciente.
El autor critica prácticas como la "atención que afirma el género" aplicada sin una base científica sólida, y una fuerte politización en la terapia donde el activismo supera el enfoque clínico. Describe un ambiente académico que prioriza el activismo político, la superficialidad y el rechazo de puntos de vista contrarios, incluso hacia clientes con creencias diferentes.
Rogers señala que este enfoque contradice principios bíblicos como la búsqueda de la excelencia, la verdad y el amor al prójimo, y alerta que en lugar de promover la sanidad mental, la terapia centrada en la justicia social puede fomentar la paranoia, el odio y el descontento permanente.
Finalmente, hace un llamado a reflexionar sobre cómo la terapia debería estar orientada hacia la restauración y equilibrio personal, no como herramienta para agendas políticas o ideológicas que incumplen los mandatos bíblicos sobre la verdad y la mansedumbre.