La iglesia necesita con urgencia una voz profética femenina

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La iglesia necesita con urgencia una voz profética femenina
La iglesia necesita con urgencia una voz profética femenina

Aunque las mujeres sostienen gran parte de la vida eclesial con su servicio y compromiso, persiste una notable desigualdad en el reconocimiento y acceso a espacios de autoridad. Líderes llaman a una revalorización teológica del rol femenino en la iglesia.

La participación de la mujer en las iglesias evangélicas es amplia, constante y decisiva. Desde la enseñanza bíblica, la acción social, la música y el acompañamiento pastoral, hasta tareas administrativas y de cuidado, las mujeres son una fuerza clave en la vida comunitaria de la iglesia. Sin embargo, esa presencia activa no siempre se refleja en espacios de liderazgo o toma de decisiones.

Un reciente análisis publicado por Evangelico Digital subraya la contradicción que existe entre la magnitud del aporte femenino y el limitado reconocimiento que recibe. Aunque su trabajo supera ampliamente al de los hombres en muchos ámbitos operativos, la estructura eclesial sigue siendo en gran parte liderada por varones. “La base de la pirámide es femenina, pero la cúspide sigue siendo predominantemente masculina”, señala el artículo.

Este desequilibrio no solo tiene raíces culturales, sino también hermenéuticas. Durante siglos, la interpretación bíblica dominante ha tendido a minimizar el papel de la mujer, relegándola a funciones de segundo plano. No obstante, la realidad actual muestra que las mujeres han sostenido, nutrido y expandido la misión de la iglesia en todos sus frentes, y están preparadas para hacerlo también desde niveles de mayor responsabilidad.

El llamado es a una relectura teológica seria y contextualizada que reconozca la vocación, la sensibilidad y la preparación espiritual de las mujeres, muchas de ellas con formación académica y compromiso social. La iglesia necesita esa voz femenina —profética, compasiva, valiente— que no solo denuncie injusticias como el abuso, la violencia doméstica y el acoso, sino que proclame esperanza, justicia y restauración.

Para que esa voz sea escuchada con autoridad, es imprescindible abrir espacios reales de decisión. “No se trata de confrontar, sino de sumar desde la conciencia de su dignidad como hijas de Dios y herederas del Reino”, destaca el texto.

El desafío es colectivo: se requiere una alianza consciente entre hombres libres de prejuicios y mujeres con claridad de misión. La iglesia ya ha recibido el don del liderazgo femenino ahora, el paso pendiente es reconocerlo con justicia, gratitud y visión de futuro.

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